CONSOLAR

Hoy hemos vuelto a subir y bajar escaleras, un ejercicio al que le estoy cogiendo gusto porque cada día lo hago mejor, sin tanto esfuerzo y me relaja la pierna disminuyendo la espasticidad. Después de comer hice una llamada telefónica a Juana, una mujer estupenda que acaba de perder a su marido al que cuidaba con mucho cariño desde que la enfermedad de Alzheimer llegó a su vida. A Juana la conocí hace más de veinte años cuando mi hija mayor y la suya comenzaban el colegio, siendo una de esas personas buenas que te llegan al corazón. Me gusta recordar nuestros encuentros porque siempre me aportaban algo bueno. Antes de colgar me dijo que mi llamada había sido un milagro y en ese momento yo sentí una alegría inmensa por poder consolar a una hermana y haberle hecho un servicio a mi Dios.

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