Las secuelas que me dejó el derrame cerebral me obligan a estar muy pendiente de cada movimiento que hago, de cada paso que doy para no perder el equilibrio y por esa razón no presto demasiada atención a las cosas que ocurren a mi alrededor. En los primeros tiempos de la recuperación sólo fijaba la mirada en mi pie izquierdo porque tenía atrofiada la sensibilidad en este miembro, pero con el tiempo y con el trabajo diario he ido recuperando sensibilidad, aunque no es la misma que tenía antes. Hoy ya puedo estar más atenta a las necesidades de los míos, ya puedo echar una mano a nivel físico, emocional y sobre todo a nivel espiritual porque Dios se acerca a los enfermos de una manera muy especial.