Esta mañana después de hacer unos mínimos estiramientos bajé con mi personal trainer a dar una caminata por el puerto, y aunque no me apetecía demasiado, sabía que después me iba a sentir mucho mejor. A pesar que la distancia recorrida no fue larga sí fue intensa,a ritmo. Por el paseo nos encontramos con varias personas conocidas y entre ellas a Trinucha, una mujer nonagenaria que hace algún tiempo le dio un ictus y que a pesar de su edad y sus secuelas continúa saliendo a pasear, aunque siempre acompañada. Me llamó la atención que no recordase lo que me había pasado, ya que coincidí con ella numerosas veces y me preguntó extrañada qué me había ocurrido. Cada derrame cerebral afecta de manera diferente a cada persona dejando secuelas diferentes y por ello insistiré en no comparar a unos enfermos con otros porque son muchas las variables. Por la tarde una discusión con mi hija Loreto me sacó de mis casillas y reconozco que me cambió el humor. No podemos evitar siempre los enfrentamientos propios de la convivencia, es algo normal, pero sí podemos relativizar tensiones inútiles, algo que no siempre consigo y lo único que se me ocurre es el reposo en Dios que centra mi corazón y mis pensamientos al conocerme mejor que yo.