Un día más me despierto con energía, pues no hay nada mejor que un buen descanso, aunque creo que estoy viviendo una buena racha. Me levanto un poco tarde y mi hija Blanca me dice que si apuro nos da tiempo a ir a celebrar la eucaristía, pero ya he tomado una decisión: si tengo que ir deprisa y corriendo no me compensa, me estresa y elijo quedarme en casa y dedicar el día al Señor de otra manera: todo lo que haga lo tengo que hacer sin que nadie excepto Jesús sepa lo que me cuesta, porque así es como se hacen las cosas; sin que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Esto me lo enseñó alguien a quien en su día hice un favor, me recompensó económicamente y me pidió que no se lo dijera a nadie. Me he dado cuenta de lo que he progresado en mi independencia y quiero contarlo para que otros enfermos como yo sepan que ellos también lo podrán hacer. Lo primero fue hacer los estiramientos después de desayunar, ducharme y vestirme sola. Limpié los cuartos de baño mientras mis hijas me cortaban las verduras para hacer unas lentejas. Antes de ponerme a cocinar bajé a la tienda a comprar el pan y a la vuelta a casa recogí la ropa seca, que ya estaba doblada, y la metí en los armarios. Por la tarde me dormí una buena siesta para recuperar la energía gastada por el trabajo y dediqué el resto de la tarde a leer y a darle gracias a Dios por concederme lo que en silencio tantas veces le he pedido.