Esta mañana mi personal trainer me ofreció ir a caminar a la Malata, una zona tranquila a la que íbamos habitualmente pero que desde el confinamiento no habíamos vuelto a visitar. Cuando regresamos a casa al bajar del coche reaccioné de forma un tanto brusca porque creí que Alberto no iba a calcular bien al cerrar la puerta de mi lado y me iba a hacer daño en el pie. No tengo la capacidad de reacción que tiene una persona sana y de ahí mis miedos, pero eso no es disculpa para dejar de tratar a los demás como me gusta que me traten a mi, una máxima en mi exigencia personal.