Esta tarde no voy a bajar a caminar a pesar de hacer un día espléndido porque sé que me puedo permitir un descanso de vez en cuando. Además por la mañana fui hasta el barrio de Canido donde unos amigos abrieron una floristería hace un par de años y a la que Blanca quería ir y comprar unas plantas para decorar un local. Os aseguro que caminar por ese barrio en unas horas en las que hay más movimiento, más coches y más ruidos es algo que mi cerebro dañado no acaba de aceptar con normalidad y no se si algún día se adaptará, pero entrar en «Prado Vello»fue como encontrar un oasis en el desierto. Qué olor tan rico a verde, a fresco, pero lo mejor fue la manera de recibirnos, la atención personalizada para que Blanca no gastase más de lo necesario sin importarle otra cosa que servir a su cliente. Antes de irnos le pregunté a Cristina (la dueña de la tiienda) Cómo le iba el negocio a lo que me respondió que sobre todo le hacía feliz, que ella sólamente necesitaba lo justo para vivir.