Cada vez más me doy cuenta que la enfermedad es una ocasión idónea para demostrar que mis creencias no son unos preceptos que he de cumplir por miedo al castigo, sino que son las que me guían para no ceder por el cansancio que supone llevar la enfermedad como Dios me invita a hacerlo: con serenidad, con alegría y con la oportunidad de mostrar cada día los frutos que recojo de esta experiencia que me ha tocado vivir.